Francisco Valladares, el frac y la pasarela
Por Antonio Castro Jiménez
Cronista Oficial de la Villa de Madrid
Siendo un adolescente vi por primera vez a Valladares en carne y hueso representando en Tudela de Navarra "Las mariposas son libres". Era el año 1971. Como buen aficionado al teatro en "provincias", ya seguía sus interpretaciones en Televisión Española. Le hice a Paco, aquel año 1971, una entrevista en el camerino del viejo teatro Gaztambide. Años después -bastantes- cuando lo conocí más a fondo en Madrid, no se acordaba, claro. Pero por nuestras profesiones -el artista, yo periodista de cultura- coincidimos muchas veces y trabamos una cordial amistad. Siempre hablábamos de teatro y siempre sacaba el actor su sentido del humor. Acostumbrado a verle en papeles dramáticos, aquella vena humorística me sorprendió al principio. Luego procuraba siempre lazarle un "cebo" para que apostillara con su gracia cualquier comentario. Siempre picaba. Y nunca criticando a nadie.
En los últimos años de su carrera decidió soltarse la melena y meterse a fondo en géneros frívolos. Seguramente fue por el enorme éxito que tuvo en "Por la calle de Alcalá", revalidado más tarde junto a Concha Velasco en "Mamá, quiero ser artista". Parecía que cruzar la pasarela, algo inevitable en la Revista, había sido siempre lo suyo. Creo que "Calipso", en 2006, fue su última incursión en ese género. Después cayo enfermo y todos sus amigos nos preocupamos mucho. Pero volvió. Y demostró que seguía siendo el mejor vistiendo un frac en el escenario -"Llama un inspector"- y que era capaz de reírse de su sombra encarnando al disparatado tío Cayetano de "Las de Caín". Ya no le vi más sobre un escenario. Las últimas veces que coincidimos en algún estreno hablaba con ilusión de hacer "Orquesta de señoritas". No pudo ser. La música, su música, calló de repente cuando menos lo esperábamos. Hoy, yo sigo riendo acordándome de sus cometarios y chistes, de las anécdotas vividas entre bastidores. Porque es lo que quiero guardar de Paco Valladares, además del privilegio de haberle conocido y haber podido considerarme amigo suyo. Lo de rendido admirador, se da por hecho.