Prodigio de versatilidad, buen humor y bondad machadiana

Miguel Ángel Almodóvar

Francisco o Paco Valladares fue grandísima persona y portentoso personaje embutido en un tiempo fuera del tiempo, infinitamente más cerca del mundo renacentista, polifacético, curioso y culto, que del nuevorriquismo ensimismado y cogido del brazuelo de la prima de riesgo, que a última hora le toco vivir.

Toda su trayectoria vital y su obra artística, tan ricas y fecundas ambas, podrían resumirse y perfilarle para la historia en cuatro gruesos trazos: infinita versatilidad, bondad machadiana, sentido del humor con hondura de fosa oceánica, y humanismo dialéctico.

En cuanto a versatilidad, su currículo lo dice todo. Fue el primer locutor de continuidad de la televisión española y protagonista de la mejor serie televisiva de la historia,Diego Acevedo, para desgranar después todo un extenso repertorio de circunstancias y tipos en programas de magnífico share como Pasa la vida o Día a Día, Noches de Gala o Suena la copla, y series de alta gama tales que Siete Vidas, Hospital Central oAída; formado en el Conservatorio de Madrid, hoy Real Escuela de Arte Dramático de Madrid, y en compañías de primera fila, también fue pionero en el teatro, interpretando, junto a la gran Josita Hernán y casi adolescente, un solvente papel enTé y simpatía, cuando la pieza estaba formalmente prohibida por el régimen por su diatriba contra la homofobia, e integrándose en la entonces máxima vanguardia, el TEU, Teatro Español Universitario; actor de infinitud de registros, dicción límpida y perfecto manejo corporal, fue referente sumo en el teatro clásico interpretando a los autores griegos antiguos, a lo más granado de nuestros Siglos de Oro y al mejor Shakespeare, proyectándose a la vez y siempre espléndido, en clásicos contemporáneos de tan inolvidable recuerdo como Un tranvía llamado deseo, Yerma,Descalzos en el Parque, Don Juan o el amor a la geometría, Las mariposas son libres, con la que consiguió su primer gran éxito interpretando a un joven ciego y donde por primera vez interpretó una canción compuesta expresamente para la obra por Julio Iglesias; Historia de una escalera, La Fundación, Historia de un Caballo, que interpretó en dos diferentes momentos de su vida artística, y en la que nos legó una maravillosa reconstrucción del personaje que dibujaba al decadente Príncipe Serpujovskoy; oTrampa mortal, que llevó a escena en tres ocasiones, dando vida y ánima a Sydney, el brillante y cínico autor de novelas policíacas. Su voz, cálida, templada y hermosa, se proyectó sobre los escenarios en musicales como Por la calle de Alcalá, Mamá quiero ser artista, donde, además de su magnífica interpretación musical y coreográfica, realizaba deliciosos números en el más puro estilo circense, recreando a un torpón prestidigitador; Víctor o Victoria, donde dio vida al entrañable y chispeante Toddy; la opereta bufa Calipso, en la que interpretaba a una hilarante Minerva travestida de Mentor, preceptor de Telémaco; o Las de Caín, comedia musical en la que su papel y puesta en escena del tío Cayetano, le llevó al culmen de arte interpretativo, que se convertiría en dramático y precipitado colofón tan sólo porque la muerte vino a pisar su huerto, dispuesto para regalar aún muchos, fecundos y venturosos frutos;  recitador de versos de primer rango, desgranó como los propios ángeles a Teresa de Jesús, Fray Luís de León, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Federico García Lorca o Miguel Hernández, y en los años ochenta creó un género propio en televisión recitando, con pompa y circunstancia desternillantes, las letras de canciones pop o de spots comerciales; como doblador, fue la voz de Dios, de Jeffrey Hunter, de Richard Burton, de Alain Delon, de Clint Eastwood o de Robert Redford. Lo hizo todo y todo lo hizo magníficamente, aunque esos espíritu y calidad del Renacimiento encajaran tan mal con la barojiana barbarie natural de la raza, que a cada punto demanda su derecho al etiquetado simplista  y esterilizante.

Como la Dolores de la copla, fue alegre y fue bueno en el buen sentido de la palabra bueno. Buena gente que vivió, pasó y soñó; donde hubo vino, bebió vino, y donde no, agua fresca; a sorbos y a grandes tragos, apurando la esencia de la vida hasta el verte Jesús mío de la frasca o de la cántara, y siempre, haciendo honor a su apellido, constituido en valladar contra cualquier maledicencia o atisbo de crítica al ausente.

Su sentido del humor, memorabilísimo, le hizo poder enfrentarse a la estulticia protegido por una coraza sobria, elegante y fúlgida, porque tanto le daba que “cayeran chulos de puta” o que las situaciones fueran “de alivio luto y de no dar crédito lionés”. Nada escapaba a su retorcimiento en positivo ni a su tan sutil pensamiento divergente, y a las enfermeras de oncología que un día se reunieron en el congreso de Sitges no se les podrá por mucho tiempo parar la risa floja que les produjo, tras varios testimonios personales heladores de sangre, el relato con aje, chispa y salero de su lucha contra la leucemia.

En el último de esos gruesos trazos, fue siempre un nacionalista a la inversa del modelo clásico, y dialéctico en su percepción de la patria. Primero su pueblo, Pilas; luego Sevilla, y Andalucía, su tierra natal, y Madrid, su territorio de acogida; después, España, y más allá el mundo entero, el espacio sideral, para inmediatamente recorrer como del rayo el camino de vuelta, de lo universal a lo local y de lo local a lo universal, en dialéctica integradora y fecunda, sin exclusiones por razón alguna.

Aventajado alumno de la zorra de El Principito, fue capaz de ver lo esencial que para el común de los mortales suele ser invisible a los ojos. Y su mirada fue luz que iluminó el tantas veces umbrío entorno y aclaró las sombras, cuando las hubo, que rodeaban a sus próximos y deudos, aspirantes a pares o tributarios de la amistad que derrochaba a manos llenas. Convencido de que no existe ni se posee nada más precioso que el tiempo, su generosidad sin límites le llevó a gastarlo sin tener jamás en cuenta el monto ni la cifra.

Tras tantos vitales y amorosos lances, y no de esperanza falto, voló tan alto, tan alto, que le dio a la caza alcance, aunque en el ojeo y la batida se vio frecuentemente acompañado de los tres feroces perros luteranos: ingratitud, soberbia y envidia, que muerden y dejan heridas profundas. Las de Paco curaban pronto atendidas solícita y rápidamente por la mucha amistad y el inmenso amor que siempre tuvo a su lado, y por el inagotable humor y la señorial elegancia con la afrontaba y adornaba su vida. Por eso, cuando un manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal le derribó, no hubo extensión más grande que la herida de los que tanto le quisieron, le quieren y le seguirán queriendo, aunque ya ha dejado de ser el momento de llorar tamaña desventura y sus conjuntos, de sentir más su muerte que las propias vidas, y dar un paso adelante para evocarle en su pueblo, Pilas, desde el recuerdo y la memoria viva de su Arte con mayúscula, de sus ocurrencias que siguen haciendo reír a carcajadas, de su generosidad inmensa, y de su grandeza humanística, que continuará siendo un modelo a intentar imitar.

En el amor, cariño, respeto y admiración que tantos profesan y profesamos a Paco Valladares, hay gentes de toda laya y condición, creyentes y agnósticos que dudan y seguirán dudando sobre su destino final, pero siempre en la convicción de que estará, como en el poema de Cernuda, donde penas y dichas no sean más que nombres, donde al fin será libre quizá sin saberlo él mismo, disuelto en niebla y en ligerísima ausencia, tan leve como carne de niño, para todos gloriosamente presente y voluptuosamente vivo, memoria de luz que un día vieron cruzar ante sus ojos... y se quedarán los pájaros cantando.