Toledo: última representación. Agotadas las localidades. Elisa Romero Huidobro

En Toledo, 27 de marzo, Día Internacional del Teatro. A Paco Valladares, con quien tanto sigo amando todavía.

Elisa Romero Huidobro

Veinticinco de enero de 2012. Siete de la tarde. La Concejalía de Cultura del Ayuntamiento, a través del programa Toledo en tablas, sube el telón de los actos conmemorativos del XXV aniversario de la declaración de Toledo como Patrimonio de la Humanidad. Quiere celebrar el acontecimiento desde el regocijo del teatro, como antaño, cuando fue Corte Imperial; convertir la ciudad en un retablo de maravillas, buscando alternativas menos convencionales entre los espacios que la riqueza del patrimonio ofrece casi sin saberlo.

Mezquitas, sinagogas, conventos, museos, patios y claustros, ajenos a sus propias condiciones escenográficas, van a ir prestando sucesivamente su belleza a enormes espectáculos de pequeño formato, que festejarán cada 25 de mes la efeméride.

La sinagoga de Samuel Leví -redomada coqueta sin recato- se ilumina de luna y artificio para mostrar el esplendor de sus yeserías y entramados, primer  juego escénico para la solemnidad de la función inaugural.

Tres culturas en veinticinco formas y una voz es un recital poético dramatizado, en un repertorio dispuesto más por criterio de discurso que por cronología: poesía sefardí, arábiga, clásicos del Siglo de Oro, románticos, contemporáneos…Y yo me iré; y  estaré solo, sin hogar, sin árbol/verde, sin pozo blanco,/sin cielo azul y plácido./Y se quedarán los pájaros cantando. Y esa nana brotada del alma; esa poesía arraigada en el pueblo y al pueblo devuelta; y la espiritualidad del misticismo, la sutileza del ingenio, el clamor, el susurro; la elegancia siempre, en esta ceremonia oficiada en paso a dos. La guitarra de Agustín Maruri consigue el efecto especial de la calma urgida por un público bullicioso y exigente que excede en mucho los límites del aforo y que, reventando galerías e invadiendo escenario incluso, va acomodándose al primer episodio del retablo.

Pero la voz. La voz. Esa voz. La de Paco Valladares. Dulce, bronca, rotunda, arrasadora, contenida, violenta, dócil, bruja, zumbona y jubilosa; que se desmaya, se atreve, se enfurece; se muestra alegre, triste, humilde, fugitiva, enojada, valiente, recelosa; y es feroz y dura y arrogante; y es mansa y leve y apacible. Entrega el corazón en cada sílaba -adentro la mirada, como alas las manos-, dominando tonos y registros con la sabiduría del arte, el don y el magisterio. Quien la escuchó, lo sabe.

El auditorio devoto reconoce, en la reverencia con la que atiende y en la ovación con que responde, las emociones recibidas durante hora y media de complicidades suscitadas por el decidor, por el juglar que provoca y se transforma en cada pieza. Porque para el actor cada poema es una función; un modelo exclusivo y exacto para armar.

No quiere el actor, el juglar, el decidor, Paco Valladares mismo, terminar el espectáculo en las veinticinco formas anunciadas. Las estira, las prolonga en un último poema (último, sí; aunque ninguno entonces lo sabíamos), homenaje personal a los judíos del mundo que sufrieron -que sufren aún- el Holocausto, adelantándose por propia iniciativa al Día Internacional de su Recordación y al azote constante del terrorismo implacable: Esto es otra cosa…otra cosa/¿Cómo te lo explicaré?/Mira: éste es un lugar donde no se puede tocar el violín./Aquí se rompen las cuerdas de todos los violines del mundo/¿Me habéis entendido, poetas infernales?/Yo también soy un gran violinista/y he tocado en el infierno muchas veces./Pero ahora, aquí,/rompo mi violín…y me callo.

Auschwitz, de León Felipe, suena a capella, sin otra música que la vibración de todos los violines y toda la poesía condensados en la única cuerda de Paco Valladares, sosteniendo el dolor y el amor en ese equilibrio del que sólo él es capaz. Transmitiéndolo con igual fervor que el público lo acoge. Y fue la sinagoga un teatro vivo.

Hoy, dos meses después -toda una vida y nada sin embargo-, se agrupa en mi costado tanto duelo, tanto silencio, tanta ausencia; pero tantas alegrías compartidas con el amigo-hermano… que abro el joyel de la memoria y rescato del recuerdo reciente y oportuno una tarde de estreno en la que se agotaron las localidades de su última representación.
Afuera, se han quedado los pájaros cantando sobre la cuerda rota del violín.